Admito que ¡Rompe Ralph! empieza bien (en gran parte gracias a los cameos y a los robos a Toy Story, pero también por aciertos propios), de hecho muy muy bien, pero se tuerce enseguida. El momento en que la cagaron fue cuando algunos de las lumbreras que trabajan para Disney decidieron que dos tercios de la película transcurrieran en un mundo de color rosa hecho de gominolas en compañía de una niña completamente ahostiable, una niña-Poochie que tiene que molar más que nadie por designio divino
Y es una lástima. Es una película que podía haberlo tenido todo y se va torciendo hasta convertirse en una peli Disney del montón. Del montón malo, con final feliz alargadiiiísimo, mensaje, moraleja y el resto del pack, por si el mundo rosa y el derroche de gominolas no nos hubiera dado suficiente diabetes. Incluyendo, por cierto, una innecesaria boda de una tía buena con un hombrecillo simpático. Rozando la autoparodia, vaya
Y uno se pregunta si no hubiera salido una película mucho más divertida si cuando se disuelve la reunión de Malos Anónimos del principio la cámara hubiera seguido a Zangief (#prayforzangief!!!) en vez de al triste de Rompe Ralph. Cuarenta y ocho horas del luchador ruso que arrancarían contándonos la borrachera en el bar en la que perdió sus calzones (sabemos que pasó porque Ralph los encuentra después en la película "oficial"), ¡y de ahí para arriba! ¿Ves, Disney, como no es tan difícil hacer las cosas bien?